Esta noche nos cambiamos de casa a la que será
el destino de Solvay (una jovencísima
alemana súper independiente, pequeña y con el pelo lleno de rastas), que va a
llevar un estudio sobre el almacenamiento de aguas para poder recolectar
durante el periodo del monzón toda la que cada familia necesita para el resto
del año. Y Els mi compi de cuarto por éstos días, que lleva un proyecto
interesantísimo sobre la calidad del agua y se va dedicar a tomar muestras del
agua para hacer cultivos y evaluar la calidad.
Vamos a pasar sólo una noche, porque por el
día bajaremos al rio y después volveremos a Bimire.
El camino como todos vuelve a ser abrupto y
desconcertante, unos cuantos nos amontonamos en un jeep y a viajar. Otros lo
hacen a pie…
Dentro del jeep me siento como en un
documental, estamos en la parte trasera, de hierros cubiertos por una lona, tal
cual aparece en las malas películas sobre misioneros de un domingo por la
tarde, los niños corren detrás del jeep, sonriendo y saludando.
El
polvo que levantamos casi no permite ver el paisaje, que vuelven a ser
acantilados y terrazas de cultivo. Se nota en el ambiente que estamos
descendiendo, hay más vegetación, mas humedad…más calor.
Después de casi una hora llegamos a la casa.
Hay un montón de gente que nos espera, músicos como en una película de
Kusturica ensayan y amenizan la noche. La familia nos agasaja con mazorcas
hechas al fuego, y bailes…
Es realmente divertido y me encanta. El roxi
(licor que destilan en casa hecho a partir de mijo) empieza a correr por todos,
y la gente baila descontrolada, haciendo movimientos extraños con las manos y
los brazos que nosotros intentamos imitar sin mucha suerte.
Al día siguiente con el alba, la gente ya está
en marcha, preparan cuerdas trenzadas y las adornan con flores para la fiesta, nosotros corremos a ayudar.
Parece que las guirnaldas no tienen fin
preparamos una tras otra y siguen apareciendo, “hay que preparar las
suficientes para poder cruzar el rio con ellas” nos explican.
Una vez listo todo lo necesario, partimos en
fila siguiendo el cortejo, parece una procesión encabezadala familia, los
músicosy nosotros camino del rio.
Después de más de una hora descendiendo por la
montaña llegamos. Yo me encuentro feliz en el campo y me viene a la mente cuando
era niña he iba de acampada con los scouts, salto por delante y detrás del
peregrinaje asombrada de mi adaptación y contenta, a mis espaldas se oye a
gente quejarse, pero yo me siento orgullosa y adaptada…
En el rio la ceremonia se desarrolla, plantan
cuatro árboles de buda en mitad del cauce que ya está seco, la gente se sienta
alrededor y comienzan a repetir mantras que no entendemos, atan los árboles
entre sí con hilo de algodón, queman hiervas, hacen cuencos con hojas y los
llenan de dinero, flores y otras ofrendas…
Cada poco los músicos nos sorprenden con la
misma melodía a veces desafinada a veces estridente.
Nosotros nos apartamos un poco del bullicio y
vamos al rio, a mojarnos los pies y a relajarnos… “¡joder que fría está el
agua!”
Empezamos a tener hambre y hacemos una
escapada al otro lado del rio, nos han dicho que hay un puesto de mandarinas y
una tiendecita, y siguiendo el rastro de basura y envoltorios llegamos a la
casa de comidas.
Yo estoy alucinada, no podría ser más auténtico,
es un chamizo, sucio y oscuro, con encanto. Nos aventuramos y pedimos un plato
de somosas (una especie de empanadillas en forma triangular fritas) muy ricas. Mientras reímos recordando aquello
de lo que te advierten en todas las guías “…nunca comer comida en puestos de la
calle…”
Unos
adolescentes que están enfrente de mí no paran de mirarme y empiezo a sentirme
incómoda…pero muy probablemente es la primera vez que ven a una chica
extranjera, así que me relajo y no le doy mucha importancia. Sigo escudriñando
cada rincón del local con la mirada. Hasta que me cruzo con los ojos de una señora mayor que busca
asiento. Enseguida le hago señas y la invito a mi lado. Puedo ver como tarda
una décima de segundo en pasar del asombro a estar conforme, y a cambio me
ofrece una mandarina. Yo sólo puedo sonreírle y darle las gracias “dannebat”.
En seguida oímos la voz de alguien de la
organización que avenido a buscarnos, tenemos que regresar y se nota que no
están muy contentos con nuestra escapada.
Así que volvemos, y al llegar al puente nos
encontramos con que la fiesta sigue su curso y ya están cruzando con las
guirnaldas de flores. Todo el mundo está contento, y colabora…nosotros también.
Una vez extendido todo, lanzan flores al agua
y van recitando mantras hasta volver al otro lado.
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