A medio día por fin llegamos a Okhaldhunga,
éste es el pueblo “grande”, en el que podemos pasar los fines de semana para
distraernos, el que tiene tiendas, hoteles, bares…en fin, nuestro lugar de
escapada.
El autobús para en un cruce de caminos, y la primera impresión
realmente no es muy esperanzadora...cuatro casas destartaladas, caras poco
amigables a nuestro alrededor, ruido y suciedad… a nuestra espalda hay un edificio
de tres plantas donde hay un cartel que anuncia que es un hotel, no sé porque
yo me había imaginado un hotel con vistas...aunque fuera al campo, algo
pintoresco y bonito, y bueno pintoresco es…
El
“jefe” el que lleva la ong el señor Bhupendra, un tipo alegre aunque
inquietante, que continuamente se arranca a bailar con los dedos índices
apuntando al cielo, haciendo un movimiento a lo Leonardo Dantes con los brazos,
y repitiendo una y otra vez la misma canción, nos enseña la pequeña “ciudad”.
Estamos
en lo alto de una montaña y aparentemente no hay más casas que las que
alcanzamos a ver, una calle sube unos ocho cientos metros, entre barro y
desperdicios y algunas tiendas inclasificables a ambos lados. Otra calle baja,
pero tampoco parece muy larga. (en los siguientes viajes por nuestra cuenta a 'este pueblo descubriremos que es bastante mas grande, y que hay vida mas allá de la plaza)
Para finalizar la visita, nos indica que allá a lo lejos entre otras
colinas está Taluwa, nuestro destino final…pero yo no veo ninguna zona urbana.
Hacemos una incursión al baño del hotel,
recogemos a una fugaz colaboradora de VIN, natural de éste pueblo, que sabe
inglés, que va apoyar el proyecto de
sanidad...(y que no durará con nosotros ni dos semanas, pues no aguanta la
“vida en el campo”) Y seguimos adelante.
Yo sentada en el bus, ya no me creo que falte
una hora hasta Taluwa pero por una vez los datos son casi ciertos y en una hora
tras bajar y subir, botar en el bus y tragar polvo llegamos a Nisanke (Taluwa)
casi nuestro destino final.
El autobús entra en lo que voy a bautizar como
“la plaza del pueblo”, que ni hay plaza ni pueblo… vuelve a ser otro cruce de
caminos, y otras cuatro casas, todas de planta baja, coronado todo con un par
de inmensos árboles alrededor de una balsa vacía.
Pero hay mucha gente esperando, somos la
novedad y se nota, se siente la buena energía de la gente y mi humor empieza a
cambiar.
Bajamos del bus y con una cadena humana desordenada
empezamos a bajar bultos, hay un señor mayor nepalí que no se si va borracho o
es el loco del pueblo, pero que con una amplia sonrisa y sin zapatos se
abalanza sobre nosotros para ayudarnos a descargarlo todo.
El autobús parte, ya sin nosotros…y yo empiezo
a inquietarme, “¿y ahora? ¿A dónde vamos?...”
Entramos a lo que parece una casa de comidas,
las paredes están forradas de plásticos a cuadros azules y blancos, y nos
sirven unos chowmins. La gente a nuestro alrededor se para y nos observa desde
cerca, casi todos nos sonríen. Yo siento la necesidad de hablar con ellos, pero
me es imposible decir más que un namasté, así que sonrío y sonrío y saludo, y
ellos se rién…supongo que eso es empezar con buen pie.
La sorpresa llega cuando después de comer andamos
un poco para conocer el lugar, camino hacia arriba a la izquierda de la montaña
se levanta la cordillera del Everest, picos nevados imponentes y unas vistas
preciosas, la verdad es muy bonito este sitio, se nota una energía distinta…Por
fin el ambiente está más calmado, nos hacemos unas fotos haciendo el tonto…
estamos cansados pero contentos, ya vemos el final del viaje y enserio, ¡me
gusta este sitio!
Tras el parón de la comida y el relax, nos
dicen que hemos de ir a la casa donde nos vamos a alojar todos juntos la
primera semana, para ir adaptándonos y
poner en marcha los proyectos.
Mochila al hombro otra vez y un porteador con
la maleta de ruedas me queda otra hora de camino hasta llegar a la casa (yo me
obligo a tomármelo con filosofía y hecho andar, pero se oyen voces de mis
compañeros disgustados “este viaje ¿no se va a acabar nunca?”. Un jeep nos adelanta, cargado con los bultos
de las donaciones de la ong, y de algunos sponsor que nos acompañan, a mí me
empieza a salir humo de la cabeza…
La buena noticia es que todo el camino es
cuesta abajo, así que aunque largo es llevadero. Y bonito. Bosques de pinos,
casitas de adobe con techo de paja aisladas…animales por todos lados, búfalos,
cabras, pollos… y el rio, un gran rio en el fondo del valle, la verdad es que
esto empieza a parecerse a lo que me imaginaba. La temperatura es buena, hace
calor y el paseo después de todo es agradable.
Respiro hondo y me siento feliz, “ya está ya
he llegado, disfruta de esto” me digo y sonrio.
Después de mucho bajar en mitad de la
carretera de tierra nos encontramos todos los bultos esparcidos y a nuestro
coordinador esperando. Se llama Ganesh es un chico nepalí de unos veinticinco
años, sabe inglés, ha venido con nosotros desde Katmandú y es un tipo de
ciudad, para él esto es tan nuevo como para nosotros y está tan cansado y
desorientado como el resto. Le llamamos “Ganeshin”, porque es pequeño y los
primeros días parecía que no se enteraba de nada. Hasta ese momento no me había
dado cuenta, pero en verdad es más europeo que nepalí, ha crecido en Katmandú y
nunca ha viajado fuera.
Nos organizamos otra vez para bajar los bultos
a la casa, un caminillo estrecho de cabras y bastante pendiente, y otra
vez…algunos se escaquean.
En la casa, nos esperan dos familias, en realidad
son dos casas juntas y nos alojamos como podemos. Yo comparto cuarto con Els,
una chica de Amsterdam, grandota, rubia y con cara de nórdica, algo “raruna” y
que habla un inglés tan fluido y perfecto que nunca entiendo.
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